El lunes fue otro día terrible para las mujeres. El ahora detenido, a eso de las 8 h, se acercó al coche donde ya estaban dentro su ex esposa y sus dos hijos –cuatro y siete años- a punto de marchar hacia el colegio.
Disparó hiriendo de muerte a la mujer; sin que le diera tiempo para pedir ayuda, hizo lo mismo con la hermana de ésta. Al terrible sonido de los disparos, acudió la madre de las dos y también cayó muerta.
El presunto culpable tiene 45 años y carece de antecedentes por violencia de género. Seguramente el detenido se pudrirá en la cárcel. Insisto en el título del artículo: "El machismo no mata".
El machismo es la parte visible de un proceso más hediondo; es su cara más sucia y dramática. Lo que realmente mata es la masculinidad tradicional, que es aceptada casi por todo el mundo –mujeres incluidas- y se define por ver normal que se hagan chistes vejatorios sobre las mujeres; quita importancia a que el bar “Juanita Calamidad” de Valladolid utilice el lema “Fuck me. I,m Erasmus” para atraer a la clientela; admite “cojonudo” y “coñazo” como sinónimos de bueno y malo respectivamente…
La masculinidad tradicional cree ciegamente que el pensamiento del hombre es superior al de la mujer; está convencido de que cuando uno de sus adeptos se hace el gracioso delante de una mujer y consigue de ella una pequeña sonrisa, de inmediato le saltan todas sus alarmas porque, sin duda alguna, “mojará” con ella, sin tener que esperar su opinión.
La masculinidad tradicional no se plantea que pueda haber otros modos de relacionarse que los suyos, no solamente con una mujer sino con los demás.
Y no se plantea alternativas porque su desarrollo intelectual siempre ha sido muy limitado por lo que no puede entender conceptos como empatía, buen trato o solidaridad, ni mucho menos llegar a pensar que su modo de actuar genera daño. Más allá de su estrecho mundo mental –con su pene indicando el límite- hay un territorio al que se cree con derecho a conquistar, utilizando la violencia si llegara a encontrar resistencia.
El detenido sí tenía antecedentes por violencia de género al actuar cómo lo hizo ayer. Sí tenía porque –como fiel a la masculinidad tradicional- no alcanzó nunca a pensar en el inmenso dolor que podría provocar a sus dos hijos, con la brusca ruptura de sus lazos afectivos más íntimos, desaparecidos en cuestión de segundos. Ya nunca más verán a su mamá, su tía ni a su abuela.
El padre penará en la cárcel la mitad de la responsabilidad del hecho sangriento de ayer; la otra mitad, desgraciadamente, seguirá activa por las calles de cualquier ciudad porque la masculinidad tradicional sigue teniendo adeptos que están al acecho de lunes a domingo: recuerdo que todo el mundo tiene hijas, sobrinas y nietas.
O cambiamos los parámetros de la masculinidad tradicional o estamos abocados a tener episodios como el de ayer y éstos pueden acercarse a nuestras vidas –la provincia de Pontevedra no está tan lejos de aquí-.
Para conseguir esta transformación, es hora que todos los miembros familiares cooperen en las tareas del hogar; que el padre no solamente cocine los domingos la típica paella; que los cuidados a la gente mayor la realicen hombres y mujeres o que en los Centros escolares, la Igualdad sea la sagrada bandera que envuelva a toda la Comunidad Educativa – profesorado, AMPA y alumnado-. Debe quedar desterrado obligar a que nuestras hijas lleguen a una hora a casa diferente a casa de la de nuestros hijos –sé a ciencia cierta que todavía existe esta norma-, etc…
Estamos en guerra. La masculinidad tradicional nos ha metido en esta guerra porque todos los días deja su reguero de sangre femenina y no queremos ser indiferentes a esta masacre. Por eso luchamos aunque no dispararemos un solo tiro. Nuestras armas son otras, pacíficas pero contundentes y, a pesar de saber que el horizonte de la Igualdad está muy lejos todavía, somos constantes.
El camino de la Igualdad ya está siendo recorrido por millones de almas feministas de hombres y mujeres; muchas de ellas caerán y seguiremos caminando.
Por Fernando Ríos Soler
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