Reitero que esto lo escribí a finales del mes de junio.
Miércoles, 26 de junio. Sobre las nueve de la mañana recibo un mensaje de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca sobre un posible desahucio de una familia monoparental, con una madre de apenas 35 años y dos niñas, una de tres años y otra de ocho.
Me pongo manos a la obra para informar. A las diez de la mañana, y si nadie lo impedía, esta familia se podría quedar en la calle. Cristina, sin trabajo, y con dos bocas que alimentar, prefirió que a sus hijas no les faltara de nada antes que pagar un alquiler. Y no es que no lo quiera hacer, es que no cuenta con ningún ingreso.
Una vez en el lugar, ya se encontraban allí miembros de la Plataforma Stop Desahucios, que pertenece a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca de Villena, un grupo de personas que saca tiempo de donde no lo hay para tratar de que se cumpla el Artículo 25 de la Constitución Española: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios”.
Sobre las 10.22 de la mañana llegaba el aviso del Juzgado. A los pocos minutos hacía acto de aparición el procurador del banco, junto a un cerrajero que tomaba medidas de la puerta que da al exterior de la vivienda. Mientras tanto, pongamos que se llama Clara, con tres años, salía de su casa, mientras su madre, un representante de la PAH y los anteriormente nombrados, negociaban si esa pequeña dormiría en su cama esa noche de miércoles.
Salió, como decía, con una bolsa de ‘gusanitos’ y se puso a repartir a los que allí nos encontrábamos: dos miembros de la plataforma y un servidor. ¡No, no había ningún miembro del gobierno local! La inocencia de Clara, ajena a los llantos de su madre, me hizo plantearme muchas cosas. ¿Qué futuro le espera a esta pequeña?
Clara era puro nervio. Entraba y salía de su casa. La última vez con un libro y rotuladores para pintar. Entabló conversación conmigo. El viento entorpecía su afán por acabar un barco que había comenzado a colorear. Ella me decía que su casa era esa – señalaba en su dirección -, y que su madre había dormido con ella, “y que estaba llorando todo el rato”.
Esa frase me partió el alma. Dentro de su inocencia, Clara miraba el dibujo y de vez en cuando la ventana de su cuarto. Sabía que algo no iba bien. “Hay unos señores con mi mamá”, me comentó. Yo, rápidamente, le daba otro rotulador y le decía que terminara de pintar el velero, y que se fijara bien en los colores. Lo hacía a las mil maravillas, sin salirse en ningún momento.
Al rato, comenzaron a abandonar su casa las personas que se encontraban dentro. Cristina, con gafas de sol, trataba de esconder su incertidumbre y pesar; sus lágrimas… Pero Clara, a pesar de contar con tres años, se acercó a su madre y la abrazó. Quico Sánchez, portavoz de la PAH me miró tras presenciar la escena… ¡Esa mirada dijo tanto sin decir nada!
La inocencia de Clara, y de su hermana de ocho años, pende de un hilo. Ese hilo que mueve un banco, como si de una marioneta se tratara. Esta vez ha habido suerte. La pequeña podrá dormir en su cuarto al menos hasta septiembre. Pero, ¿y después? Como bien dice mi admirado Joaquín Sabina, “lo peor del amor es cuando pasa. Cuando al punto final de los finales no le siguen dos puntos suspensivos”… Suerte Clara. Ojalá que puedas vivir en paz, en un hogar, y hagas feliz a tu hermana y a tu madre. A mi ya me has conquistado el corazón. Salud, pequeña.
📸 Intercomarcal Televisión
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